martes, 24 de enero de 2017

La Guerra y los Paisajes Culturales del Agua.



El pasado octubre se celebró en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura el III Seminario Internacional “Paisajes Culturales del Agua”. En este encuentro presentamos un póster titulado “El Frente extremeño: de espacios bélicos a paisajes culturales”. Con dicha comunicación pretendíamos subrayar las huellas del conflicto en los paisajes hídricos extremeños. Y además, mostrar cómo un acontecimiento efímero como fue el desarrollo de la Guerra Civil incidió de manera muy directa en dicho entorno. En definitiva, evaluábamos las interacciones de las operaciones militares con los entornos naturales vinculados al agua, que siempre han actuado como elementos determinantes en los hábitats construidos por los grupos humanos a lo largo de la Historia.

 A grandes rasgos incidimos en dos fases para articular nuestro discurso. La primera, relativa al golpe de Estado y a la evolución diferenciada de los sublevados en Cáceres y en Badajoz respectivamente.  La segunda, centrada en las estrategias que los contendientes desplegaron sobre los territorios por controlar. Y más concretamente, en las fortificaciones que se erigieron. Estas construcciones que se incrustaron en los paisajes culturales del agua en Extremadura constituyen el legado patrimonial más importante de la Guerra Civil.

              
                                                  "Cerro Balcón".


El patrimonio bélico del Frente Extremeño que constituye fotos fijas del conflicto nos ha permitido recorrer la evolución de la Guerra Civil en Extremadura. A modo de resumen utilizaremos dos ejemplos. En la Provincia de Cáceres  los arroyos o pequeñas corrientes de agua en las Villuercas sirvieron como elemento defensivo para reforzar posiciones. Este sería el caso de la fosilizada posición de "Cerro Balcón" situada en el término municipal de Villar del Pedroso y que estuvo a cargo del 184 Batallón de la XLVI Brigada Mixta republicana. Dicha posición pasó a control de los rebeldes tras la ofensiva franquista para el cierre de la "Bolsa de La Serena" en el verano de 1938.

                                             Fortificación en el Castillo de Medellín.

           Ya en la Provincia de Badajoz y durante el invierno y la primavera de 1937 los republicanos fortificaron el castillo de Medellín para garantizar el control y vigilancia del Valle medio del Guadiana. Las almenas dejaron paso a un nido de ametralladora en altura que controlaba el paso del puente medieval sobre el Guadiana. Su remodelación corrió a cargo de la 109 Brigada Mixta republicana.
                                    Pilones sobre el Zújar, término de Campanario.

             Este póster es resultado, en gran medida, de la prospección arqueológica que se ha llevado a cabo gracias a la financiación de la Diputación de Badajoz que nos ha permitido localizar elementos de gran relevancia constructiva. Así mismo, hemos comprobado la importancia de los cursos fluviales pues constituyen accidentes geográficos determinantes a la hora establecer las posiciones de los contendientes. Ríos y arroyos como Guadámez, Aviones, Mejoral, Guadalefra, Almorchón, Zújar y Guadiana  se convirtieron en escenario de combates y en enclaves decisivos a la hora de proteger sus vados y puentes. Y sin lugar a dudas, la estructura más significativa es el puente sobre pilones del río Zújar, Molino de Cieza. El pontón fue construido por el ejército franquista en el otoño de 1938 y estuvo asociado al búnker de la finca “El Espolón”, en el término municipal de Campanario.

           Estos vestigios vinculados a la Guerra y a las corrientes de agua han conformado un paisaje antropizado y su estudio nos permite desarrollar nuevas perspectivas sobre lo que representó  el desarrollo de la Guerra en nuestros territorios.

Puente sobre el Zújar también realizado por la Compañía de Puentes del Ejército franquista, 
término de Monterrubio de La Serena.          



domingo, 1 de enero de 2017

Chabolas en guerra


       En los últimos cuatro meses hemos tenido la oportunidad de prospectar la mayor parte de las posiciones defensivas de la Guerra Civil en La Serena, que en su mayoría se corresponden con trincheras, casi todas aisladas en el campo, donde hoy, ochenta años después del inicio de la Guerra, la tranquilidad allí es total, pudiendo pasar varios días sin encontrarte con nadie. Resulta muy curioso que ante tanta quietud, ante un paisaje tan espectacular como el de La Serena (en cualquier época, pero a nosotros además nos ha tocado en otoño, con lluvia, verdor y paridera), nuestro pensamiento, como investigadores del pasado, estuviese constantemente preguntándose cómo pudo ser la vida en estas trincheras bajo lo atmósfera terrible del conflicto.


            Y es que a menudo tendemos a imaginar el pasado como una instantánea fotográfica, y en el caso de la guerra aún más. Lejos de esa imagen fija, tenemos que pensar que esas trincheras responden a la aplastante lógica de la guerra, y por tanto, de la muerte, así que todo en ellas se construye atendiendo al concepto de utilidad vital. Aunque a simple vista las trincheras se pueden identificar con “simples” zanjas, su realidad arqueológica es mucho más compleja, con un diseño y organización del espacio destinados a resistir, minimizando al máximo posible el riesgo de los que habitan en ella, y maximizando el poder ofensivo de hombres y armas.

Soldados franquistas y a la derecha zona habilitada como refugio.  
Archivo Diario HOY.


       Pero para que la trinchera sea efectiva en términos de guerra, debe garantizar unos mínimos de comodidad, salubridad e higiene (mínimos, eso sí). Al margen de la organización interna y situación de los elementos de defensa, tales como pozos de tirador, nidos de ametralladora, refugios, puestos de observación, etc. y que trataremos en otra ocasión, queremos analizar en este caso la “arquitectura efímera” que debió generarse en torno a la vida en las trincheras, y que hoy sólo podemos reconocer a partir de los materiales arqueológicos que encontramos en ellas. En este sentido, es muy importante la necesidad que tiene toda sociedad humana (y en la trinchera también se establece una sociedad en miniatura) de “arquitecturizar” el espacio, una necesidad creciente cuanto más larga es la permanencia en ese espacio. Así, las trincheras sufren un proceso de “chabolización”, como ya ha apuntado nuestro colega Xurxo Ayán.

Es una arquitectura “de mínimos”, destinada a cubrir necesidades muy elementales en un contexto extremadamente hostil. Más allá de esa imagen estática hay que pensar en las semanas que una persona podía pasar metida en una zanja. Sabemos que numerosas posiciones de La Serena estuvieron activas durante muchos meses, en los que hizo frío y calor, llovió, etc.,  y en ese tiempo los habitantes de las trincheras necesitarían sombra y cobijo para aislarse de las inclemencias atmosféricas y para ello, la zanja fue dotándose de determinados elementos y servicios. De esta forma, en este proceso de “arquitecturización” se reutilizan elementos requisados de cortijos, casas y otras construcciones de los alrededores, como pueden ser vigas de madera y tablas, junto con tejas y ladrillos, con las que se ejecutarían cubiertas casi improvisadas para los puestos de mando, los nidos de ametralladora, los refugios,… De estos tejados no queda nada en pie, ya que la madera ha desaparecido, pero sí hemos encontrado fragmentos de teja árabe, restos de teja de amianto, clavos y puntas de las vigas. También debieron utilizarse puertas y ventanas, con usos múltiples, pero entendemos que principalmente para construir sombrajos y/o minimizar los efectos de la metralla; elementos de carpintería que también acabaron desapareciendo pero de los que ha sido posible recuperar algunos de sus componentes como cerrojos, escuadras, cristal de ventanas, etc. 



Clavo de viga y teja de amianto

Asimismo hay que tener en cuenta el hecho lógico de que una zanja tiende a inundarse cuando llueve, por lo que la evacuación del agua en una trinchera es algo esencial. En la práctica totalidad de posiciones prospectadas se han podido identificar desagües, y además en buen número, con profundidad y anchura suficientes para una evacuación pluvial correcta. En todo caso, en la salida del desagüe se disponían varias piedras que permitían la evacuación líquida pero impedían la entrada de proyectiles raseros o metralla. Aun así, la formación de barro cuando llovía debió ser inevitable.

Posición Cerro Dorado IV. Trinchera republicana inundada: después de casi 80 años de abandono, la trinchera está prácticamente intacta, pero el laboreo agrícola ha eliminado el sistema de desagües delantero, lo que provoca que la trinchera se inunde.

Y no nos olvidemos del tratamiento dado a los residuos de todo tipo, aunque arqueológicamente solo podamos reconocer una parte de ellos, algo muy útil a los arqueólogos, y es que como suele decirse, la basura es el negativo de una sociedad. En este caso, latas de conserva metálicas y fragmentos de botellas, principalmente de vinos y licores, son uno de los fósiles directores a la hora de prospectar los paisajes de la Guerra Civil. En muchas ocasiones los encontramos esparcidos por toda la posición, tanto en las trincheras como en las zonas de refugio, por lo que la acumulación de basura en el entorno debió ser considerable durante meses de guerra.

Lata de conserva

En suma, la visión ideal de soldados disparando perfectamente uniformados debe dejar paso a una imagen mucho más cruda y natural, como es la de un grupo humano con necesidades básicas que intenta paliarlas con los recursos mínimos de que dispone en su entorno, bajo condiciones de frío y calor extremos, con mucho barro y basura de por medio,  y en un contexto de guerra, una imagen no muy lejana de la de cualquier poblado de extrarradio, donde el objetivo primordial es resistir. Lo demás es secundario.





sábado, 24 de diciembre de 2016

“San Nicolás”: una mina en la Guerra y para las guerras.


La Humanidad ha convertido al mineral llamado wolframio en un descubrimiento científico y también en una pieza estratégica en las guerras mundiales del siglo XX. Precisamente uno de los principales yacimientos de wolframio de la Península Ibérica se sitúa en el término de Valle de La Serena[1]. Este hecho provocó que el pueblo participara a través de su riqueza mineral en las dos Guerras Mundiales más devastadoras hasta el momento. 

La primera compañía que inició los trabajos de explotación era de capital francés y fue puesta en marcha por el descubridor del yacimiento: José Cazalet Lamarque. Ya durante la Primera Guerra Mundial el mineral que extraía la empresa francesa que llevaba el mismo nombre de la mina, “Tres Amigos”, iba a parar a Francia. En aquellos años la mina de Valle de La Serena alcanzó las cifras más altas de extracción de mineral de su Historia. Además contó con el mayor número de mineros trabajando en sus distintos filones.

Ya en la Segunda Guerra Mundial el wolframio volvió a tener gran relevancia estratégica. Esta circunstancia motivó que los alemanes, con la estrecha colaboración de las autoridades franquistas, se hicieran con el control de la mina. Pero antes de este traspaso la mina había sido arrebatada a la empresa francesa “Tres Amigos” y entregada a Gonzalo García de Blanes y Pacheco quién formalizaría el arrendamiento del coto minero a la empresa alemana “Montes de Galicia” además de cambiarle el nombre y ponerle “San Nicolás”.  Esta empresa estaba incrustada en un entramado empresarial llamado SOFINDUS y creado por el general de las SS Johannes Bernhardt. Así los franquistas continuaban pagando la deuda contraída con los nazis por su crucial apoyo, en hombres y armas, desde los primeros momentos del golpe militar hasta el final de la Guerra.

Los nazis J. Bernhardt (primero por la izquierda)
y H. Himmler (en el centro)  con Franco (primero por la derecha).


      Y entre medio de esas dos grandes guerras se encuentra la Guerra Civil Española. En ese momento las minas de wolframio de “Tres Amigos” conocieron la guerra en sus propias instalaciones. De hecho el Frente de guerra iba en la propia ladera Oeste del Cerro Martín Pérez. Fueron los republicanos los que se parapetaron entre los trabajos mineros y realizaron algunas trincheras. Previamente, y como ordenó el Gobernador Civil de la Provincia, el Comité de Defensa de Valle de La Serena había incautado las instalaciones a la aludida compañía francesa “Tres Amigos”. Seguidamente las autoridades republicanas destinarían trabajadores cualificados al mantenimiento de las minas. Así lo demuestra el documento que extractamos y presentamos donde viene una relación de operarios con su oficio y procedencia[1]. Los que trabajaban no eran encuadrados en el ejército. Se ganarían el jornal en una mina que servía a las guerras y a su vez estaba inmersa en otra guerra. Por tanto los trabajadores tenían dos opciones para ganarse el jornal: tomar el pico o el fusil.







[1] España. Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Centro Documental de la Memoria Histórica (Salamanca). Político-Social Extremadura, 37, documento del Juzgado Municipal de Valle de La Serena. 




[1] Minaya Caballero, Juan José (Editor). Historia y Patrimonio Minero en Valle de La Serena. La singularidad de las Minas de San Nicolás. ADEPA Valle S., 2014.

martes, 8 de noviembre de 2016

El paisaje cultural de una guerra.


El dominio del territorio ha formado parte de la lucha por la supervivencia de los grupos humanos a lo largo del tiempo. El resultado de cómo se han explotado los recursos naturales de un espacio geográfico durante siglos por las sucesivas organizaciones humanas ha conformado nuestro paisaje. La evidencia de esta perspectiva diacrónica son los cuatro biotopos que se suceden en la actualidad en la demarcación histórica de La Serena: Zonas de Sierra, Humedal, Dehesa y Semi-estepa. Y sobre ellos se localizan los núcleos urbanos, el trazado de las vías de comunicación, los modelos de explotación agropecuario…


El fracaso del golpe militar contra la democracia Republicana fue escenificándose en determinados lugares del espacio geográfico extremeño. La opción de los insurgentes de llegar a Madrid por Extremadura empezó a configurar el escenario general de lo que fue la guerra en nuestra región. Y si nos acercamos a un plano más local y tomamos el caso de la localidad de Valle de La Serena, su ubicación en el espacio comarcal de La Serena y su entorno natural formaron parte del importante escenario bélico en el que se convirtió. De hecho el frente de guerra se fijará en su término municipal a lo largo de un eje Sureste-Noroeste que coincide con el valle del río Guadámez. Éste a su vez se encaja entre líneas de sierras que sirvieron de asiento para el establecimiento de las fortificaciones. La disposición natural de dichas líneas de sierra siguiendo ese eje hizo que el paisaje fuera estructurándose con arreglo a esa disposición natural, definiendo así las zonas de vanguardia y de retaguardia, entre las primeras líneas de combate (establecidas entre una línea de sierra y otra situada enfrente) y la tierra de nadie (normalmente situada en las vaguadas y zonas bajas entre una sierra y otra). El control de las vías de comunicación fue esencial. Carreteras como la de Puebla de la Reina a Valle de La Serena, o más al sur la de Campillo de Llerena a Higuera de La Serena, rápidamente fueron fortificadas por las fuerzas republicanas. La llamada “guerra de columnas”, que tanto éxito tuvo para el avance de los nazis en la guerra europea, ya fue puesta en práctica en España principalmente por los rebeldes.


 

 
Por ello, la ocupación de las zonas elevadas, llamadas “cotas” en la terminología militar, se vuelve esencial en tiempos de guerra, y la manera en que se llevó a cabo la elección de los mejores emplazamientos y la fortificación de los mismos era algo que se ejecutó con la mayor de las precisiones durante la guerra. De hecho, el ahorro de tiempo y material eran vitales, por lo que las “cotas” idóneas eran las que permitían un mejor control de los caminos y carreteras, optimizando la cobertura de éstos y el ahorro de hombres, tiempo y material, pero también se primaba en la elección de las cotas a ocupar las que contasen con farallones rocosos que sirvieran como parapetos naturales, lo que ahorraba tiempo y energía. Basta un simple paseo por la Sierra de Guadámez o por las lomas que rodean Valle de La Serena por el Oeste para entender la cuidada y acertada elección de las posiciones republicanas que defendieron este flanco del frente de guerra hasta finales de julio de 1938. 
 
Con todo, resulta lógico que la presencia del río Guadámez y de las citadas vías de comunicación redunden en un espectacular entramado de fortificaciones y trincheras, fruto de esa necesidad de controlar los accesos en una guerra que se hace en buena medida por carreteras y caminos con esas columnas motorizadas. Se crea así un auténtico paisaje de guerra, o, para ser más exactos, se “actualiza”. Este hecho no es nuevo en nuestra comarca, pues este mismo río junto con el Ortigas y el Zújar desde la Prehistoria, tuvieron un importante papel en la articulación del territorio, controlando los accesos a la comarca que se abren desde estos tres valles. Y debido a ello, en numerosos casos las fortificaciones de la Guerra Civil comparten aquí espacio con otras más antiguas, desde época calcolítica a época medieval. En definitiva estamos ante lugares e intereses comunes a las necesidades de la guerra a lo largo del tiempo, intereses que tienen su plasmación más evidente en la fortificación del paisaje y la reocupación de aquellos lugares más idóneos para llevarla a cabo.

domingo, 23 de octubre de 2016

Fortificar para la República: de albañiles a soldados



En el paraje de “Cañada Honda”, en Valle de La Serena (Badajoz), se localiza un buen ejemplo de fortificación militar. Se trata de un nido blindado, diseñado para alojar una ametralladora y a sus servidores, no más de tres personas, al que se accedía por detrás, siguiendo un sistema de trincheras excavadas en zig-zag para impedir quedar descubierto ante el enemigo. Esta posición está relacionada con otros cinco nidos blindados, un conjunto fortificado por el Ejército Republicano y estrechamente ligado al control del puente sobre el Guadámez y de la carretera que unía Valle con Palomas y que quedó cortada por el Frente. 
                                Nido blindado protegiendo el acceso al puente sobre el Guadámez.





El nido está ejecutado con hormigón armado y encofrado, aunque en este caso en su construcción también se utilizaron materiales locales, como el ladrillo macizo, cuyas medidas y arcilla coinciden con las de los ladrillos utilizados en muchas casas del cercano pueblo de Valle, y es que se trata de ladrillos fabricados aquí, a lo que hay que añadir que tradicionalmente cada pueblo tenía sus medidas y sus barreros para fabricar sus tejas y ladrillos, y por ello no resulta difícil comprobar el origen de estos elementos. Además, se ha observado en este y en otros fortines del municipio que el encofrado normalmente tiene una parte interna de piedra también local muy bien careada, que posteriormente quedaría oculta tras el hormigón, e incluso a veces el encofrado arranca de un zócalo previo de piedra colocada a “caravista”.
 
Detalle decorativo del interior del nido blindado.

Basta un simple vistazo a estos fortines y comparar cómo se disponen y aparejan las piedras de sus paramentos con muchas paredes de edificios civiles repartidos por el entorno, como antiguas casas de campo y encerraderos, o las propias casas del pueblo, para adivinar detrás de ellos la mano de albañiles y maestros locales, movilizados por las autoridades republicanas para la fortificación militar. Resulta igualmente llamativo el rejuntado que se ha podido identificar en el cercano nido blindado de “El Rondaero”, también en Valle, una decoración habitual en construcciones civiles y religiosas a lo largo del tiempo, consistente en tapar con un encintado de mortero la línea de unión entre las piedras de la cara de un muro, y además decorando esa junta con una incisión lineal, que quiere evocar y redondear la línea de las piedras que ha quedado tapada, una decoración innecesaria y por supuesto extraña en una edificación tan “funcional” como un nido de ametralladora. Incluso en un sitio así es posible adivinar rasgos de humanidad e imaginarnos al maestro enseñando al aprendiz cómo hacer este tipo de decoración, aunque el sitio no fuera el habitual.
 
Grafiti sobre uno de los muros del nido blindado.
     También en el nido de “Cañada Honda” podemos observar un grafiti realizado con un objeto punzante (la punta de un simple palo, por ejemplo) sobre el mortero aún fresco y con un innegable gusto y esfuerzo estéticos en el trazo de letras y números, cuyo ejecutor incluso se permitió realizar bucles y adornos en ellos. En el grafiti puede leerse “AÑO 1937”, legándonos así un testimonio impagable del momento en el que se construyó el fortín. Este simple hecho, el de firmar o escribir algo, unas iniciales, un lema, una consigna o una fecha, es algo inherente al ser humano desde tiempos inmemoriales, necesitado siempre de “dejar constancia” de su presencia en el territorio, y máxime en momentos tan trascendentales.
Calco del grafiti.


martes, 11 de octubre de 2016

VALLE DE LA SERENA. HUELLAS DE UN BOMBARDEO INCIVIL

        
      Mientras estábamos haciendo fotos a una ventana de la calle Sola, en Valle de La Serena, se nos acercó un vecino de avanzada edad. Nos preguntó que qué estábamos haciendo con la fachada de su vecino. Entonces empezamos a explicarle que hacíamos fotos a la ventana ya que conservaba huellas de metralla.


           Y gracias a la búsqueda de la evidencia arqueológica  de la Guerra en el ámbito urbano la memoria del vecino nos llevó al tiempo en el que se produjeron los impactos que podemos observar en las fotos. El vecino era pequeño por aquellos años, apuntando a la pubertad, pero recuerda perfectamente cómo sucedieron los hechos. Cómo en la calle Sola fueron a parar buena parte de las bombas que la aviación “fascista” tiró en aquellos días de la Guerra contra Valle de La Serena. Señala las casas que fueron afectadas, como la que aparece en la fotografía que fue destruida por completo, y como la suya que perdió toda su techumbre. Al parecer el bombardeo tenía como objetivo la voladura de un polvorín que los republicanos, según creencia popular, tenían instaladas en las escuelas públicas, en la misma acera de casas, y que actualmente es el Hogar del Pensionista. Por ello dice que menos mal que no acertaron con el polvorín ya que si así hubiera sido habría volado por los aires toda la calle y con ella todos sus vecinos. Pero si murió gente. Ese día fueron heridas varias personas y murieron tres mujeres.


            Los impactos, tres, son marcas producidas por fragmentos de hierro resultantes del estallido de una bomba de aviación, metralla y esquirlas que cortaron los barrotes como si fuesen de mantequilla. Nuestros pueblos conservan aún muchos vestigios de este tipo como impactos de bala ocultos tras la cal y que reaparecen cuando les da el sol, dinteles dañados por la metralla de las bombas, rejas y barrotes torcidos, etc. Todos ellos son restos que podemos considerar arqueológicos, ya que nos ayudan a reconstruir los escenarios de una guerra pasada. Se trata de elementos que están insertos dentro de un discurso histórico que nos muestra cómo la guerra llega a un pueblo, en definitiva,  “forman parte de los paisajes de guerra”. Y a esa evidencia física, que a buen seguro permanecerá en el tiempo, se une aún la memoria perecedera de los que vivieron ese primer bombardeo aéreo en la larga Historia de Valle de La Serena. Vivencias que nos trasladan los efectos que tuvieron las modernas estrategias de violencia y  miedo contra la población civil. Una memoria que se va desvaneciendo, que por ley natural se apaga, pero que  aún nos conmueve al comprobar por su testimonio que aquello que vemos día a día en las noticias también lo sufrieron nuestros abuelos.

jueves, 22 de septiembre de 2016



 Iniciando la prospección arqueológica del 
"Frente Extremeño".

El proyecto de catalogación del Patrimonio relacionado con la Guerra Civil y la posguerra en la provincia de Badajoz, financiado por la Diputación de Badajoz, ya está abordando su segunda fase. Desde hace casi dos semanas el equipo de la Asociación "Frente Extremeño" inició la prospección arqueológica en La Serena.  La dirección de la prospección la realiza el arqueólogo Diego Sanabria Murillo y colabora en los trabajos el historiador Antonio D. López Rodríguez. La metodología que se está desarrollando se basa en la arqueología espacial analizando los restos materiales del Frente de Guerra, vanguardia y retaguardia, a distintas escalas interpretativas (micro-meso-macro), desde la simple trinchera o nido de ametralladora y su relación inmediata con un sistema defensivo concreto, hasta el análisis de las operaciones militares a gran escala y las huellas que de esos acontecimientos bélicos aún se conservan en el territorio.  Con todo ello uno de los planteamientos iniciales del estudio aborda,  desde las disciplinas histórica y arqueológica, los vestigios relacionados con la Guerra Civil como un componente más dentro de la conformación de nuestro paisaje cultural, resultando así los paisajes bélicos o de guerra. 

La primera comarca que se está prospectando es La Serena. Sus 19 pueblos fueron el núcleo central de la resistencia republicana al avance de los rebeldes franquistas. El primer término que se ha visitado es el de Valle de La Serena. Su situación estratégica entre pueblos de la Campiña Sur, que rápidamente cayó en poder de los rebeldes, como Retamal y Campillo que fueron ocupadas por falangistas el 1 de octubre de 1936, y la zona de las Vegas Altas que permaneció en poder gubernamental, le dieron a Valle de La Serena desde los primeros momentos un lugar relevante. 

Perspectiva desde Sierra "Enmedio" de la "zona de nadie" del Frente.


Las escaramuzas en el otoño de 1936 se sucedieron sobre la población de Valle de La Serena. Hubo avances franquistas por la zona del Cortijo de Tamburrero y rápida respuesta de las fuerzas republicanas. A principios de 1937 las autoridades militares republicanas ordenaban la fortificación de sus posiciones a lo largo del valle del Guadámez y del amplio macizo de sierras situadas pasadas dicho río y que van en paralelo extendiéndose en dirección NW- SE. Por estas Sierras de "Martín Pérez", de "Guadámez", de "Enmedio" y Gitana se localizarán para su protección los vestigios que sobre la Guerra aún se conserven.