El enclave que
nos ocupa, el “Peñón de Cogolludo”, es un entorno fluvial que de ser, a lo
largo de la Historia, un lugar excepcional para el control de dos vados
naturales del Guadiana ha pasado a convertirse en una península con un
importante patrimonio arqueológico por rescatar y estudiar.
El "Peñón de Cogolludo" y la transformación del Guadiana. |
En esta nueva
campaña de prospección arqueológica para la confección del Catálogo del
Patrimonio de la Guerra Civil y la Postguerra[1]
hemos estudiado un lugar de singular
relevancia histórica y arqueológica. Se trata del enclave del “Peñón de
Cogolludo”. Localizado a orillas del embalse de Orellana en el margen derecho
del Guadiana, dividido entre los términos municipales de Navalvillar de Pela y
Puebla de Alcocer. Su altura, 434 m, y
su situación le otorgan una posición privilegiada para el control del vado,
este hecho explica una secuencia ocupacional que va desde la época prerromana
hasta el medievo. La investigación a través de los textos y la epigrafía sitúa
en este lugar la ciudad de Lacimurga, oppidum prerromano, al menos, desde los
siglos VI-V a.C., que fue reaprovechado en época romana alcanzando la categoría
de municipium. El valor geoestratégico de este asentamiento no pasó inadvertido
para los nuevos moradores ya que suponía una importante zona de tránsito, además de un paso natural entre la Bética y
la Lusitania.
Panorámica del Peñón de Cogolludo desde las trincheras republicanas. |
Los trabajos
arqueológicos de excavación y prospección arqueológica de su entorno, realizados en los años noventa[2],
nos acercan a la realidad compleja de un yacimiento que a buen seguro guarda
todavía más secretos. Las campañas de excavaciones de los 90 sacaron a luz un edificio público
sobre una plataforma natural que domina el curso del río datada entre los
siglos II-I a. C., una zona de almacenes y viviendas, un conjunto termal en
buen estado de conservación y un gran depósito de agua, construcciones que los investigadores sitúan estas entre los siglos I a.C. y el I
d.C. La mala noticia es que todo este
conjunto arqueológico está en peligro, puesto que las estructuras excavadas no
han sido consolidadas ni protegidas, quedando totalmente expuestas y avanzando
en su deterioro.
Su estratégica
ubicación cobró de nuevo relevancia durante los movimientos de tropas y
posiciones durante la Guerra Civil en Extremadura. Así, el servicio de
información de la 109 Brigada Mixta republicana ya había descrito el lugar el
21 de enero de 1939:
“Su configuración natural permite una buena defensa mejorada esta, con
parapetos de piedra y trinchera de unos doscientos cuarenta metros en su cara
N.O. protegida por una alambrada de dimensiones próximas a la anterior. En esta
posición el enemigo tiene instalado un Observatorio”.
Además
sabían que las dos secciones de soldados, pertenecientes a la 19 División
franquista, contarían con una ametralladora, un fusil ametrallador y un
mortero del 81.
Interior de uno de los refugios excavados. |
Pero los
servicios de información republicanos parece que se quedaron cortos en su
descripción. En el llamado “Peñón de Cogolludo” hemos documentado una trinchera
que rodea el peñón y que excede con creces los doscientos cuarenta metros
aludidos. La trinchera estaba muy bien defendida, sobre todo en el tramo NE,
donde hemos detectado 15 nidos de ametralladora y 14 pozos de tirador. Los
nidos de ametralladora son simples, excavados en el terreno, sólo dos de ellos
están construidos con mampuesto en seco. Los pozos de tirador presentan
diferentes tipologías, de tendencia circular, en gancho y con obra de mampuesto. A lo largo de la trinchera se integran
almacenes y dos grandes refugios excavados en el nivel geológico, uno de ellos
bien conservado. La gran cantidad de refugios con los que cuenta fortificación
pone de manifiesto la magnitud del destacamento, en realidad hemos distinguido
tres áreas, siendo la que se encuentra en
la zona NW la de mayor entidad. Los refugios presentan estructuras tanto de planta circular como rectangular,
construidas con mampuesto en seco o
ligado con barro que conservan alzados de hasta 1,80 m.
Por tanto, los
ríos configuraron el paisaje del frente de guerra. Los militares necesitaban el
control de los vados naturales para impedir que el enemigo pudiera atacarles o,
también, con la perspectiva de que si lo controlaban ellos podían atacar al
enemigo. Y ese dominio de los cursos fluviales ha sido una característica
recurrente que ha marcado la elección de determinados parajes como lugares de
asentamiento a lo largo de la Historia.
[1] Financiado
por Diputación de Badajoz según la convocatoria pública de subvenciones para
Asociaciones sin ánimo de lucro. Véase: http://www.dip-badajoz.es/diputacion/subvenciones/index.php
[2] Aguilar Saénz Antonio, Guichard, Pascal.
(1995). La ciudad antigua de Lacimurga y
su entorno rural. Colección arte y arqueología Nº 14. Departamento de
publicaciones de la Diputación de Badajoz.
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