En los últimos cuatro meses
hemos tenido la oportunidad de prospectar la mayor parte de las posiciones
defensivas de la Guerra Civil en La Serena, que en su mayoría se corresponden con
trincheras, casi todas aisladas en el campo, donde hoy, ochenta años después
del inicio de la Guerra, la tranquilidad allí es total, pudiendo pasar varios
días sin encontrarte con nadie. Resulta muy curioso que ante tanta quietud,
ante un paisaje tan espectacular como el de La Serena (en cualquier época, pero
a nosotros además nos ha tocado en otoño, con lluvia, verdor y paridera),
nuestro pensamiento, como investigadores del pasado, estuviese constantemente
preguntándose cómo pudo ser la vida en estas trincheras bajo lo atmósfera
terrible del conflicto.
Y es que a menudo tendemos a imaginar el pasado como una
instantánea fotográfica, y en el caso de la guerra aún más. Lejos de esa imagen
fija, tenemos que pensar que esas trincheras responden a la aplastante lógica de
la guerra, y por tanto, de la muerte, así que todo en ellas se construye
atendiendo al concepto de utilidad vital. Aunque a simple vista las trincheras
se pueden identificar con “simples” zanjas, su realidad arqueológica es mucho
más compleja, con un diseño y organización del espacio destinados a resistir,
minimizando al máximo posible el riesgo de los que habitan en ella, y
maximizando el poder ofensivo de hombres y armas.
Soldados
franquistas y a la derecha zona habilitada como refugio.
Archivo Diario HOY.
Pero para que la trinchera sea
efectiva en términos de guerra, debe garantizar unos mínimos de comodidad,
salubridad e higiene (mínimos, eso sí). Al margen de la organización interna y
situación de los elementos de defensa, tales como pozos de tirador, nidos de
ametralladora, refugios, puestos de observación, etc. y que trataremos en otra
ocasión, queremos analizar en este caso la “arquitectura efímera” que debió
generarse en torno a la vida en las trincheras, y que hoy sólo podemos
reconocer a partir de los materiales arqueológicos que encontramos en ellas. En
este sentido, es muy importante la necesidad que tiene toda sociedad humana (y
en la trinchera también se establece una sociedad en miniatura) de
“arquitecturizar” el espacio, una necesidad creciente cuanto más larga es la
permanencia en ese espacio. Así, las trincheras sufren un proceso de
“chabolización”, como ya ha apuntado nuestro colega Xurxo Ayán.
Es una
arquitectura “de mínimos”, destinada a cubrir necesidades muy elementales en un
contexto extremadamente hostil. Más allá de esa imagen estática hay que pensar
en las semanas que una persona podía pasar metida en una zanja. Sabemos que numerosas
posiciones de La Serena estuvieron activas durante muchos meses, en los que
hizo frío y calor, llovió, etc., y en
ese tiempo los habitantes de las trincheras necesitarían sombra y cobijo para
aislarse de las inclemencias atmosféricas y para ello, la zanja fue dotándose de
determinados elementos y servicios. De esta forma, en este proceso de
“arquitecturización” se reutilizan elementos requisados de cortijos, casas y
otras construcciones de los alrededores, como pueden ser vigas de madera y
tablas, junto con tejas y ladrillos, con las que se ejecutarían cubiertas casi improvisadas
para los puestos de mando, los nidos de ametralladora, los refugios,… De estos
tejados no queda nada en pie, ya que la madera ha desaparecido, pero sí hemos
encontrado fragmentos de teja árabe, restos de teja de amianto, clavos y puntas
de las vigas. También debieron utilizarse puertas y ventanas, con usos
múltiples, pero entendemos que principalmente para construir sombrajos y/o
minimizar los efectos de la metralla; elementos de carpintería que también
acabaron desapareciendo pero de los que ha sido posible recuperar algunos de
sus componentes como cerrojos, escuadras, cristal de ventanas, etc.
Clavo de viga y teja de amianto
Asimismo
hay que tener en cuenta el hecho lógico de que una zanja tiende a inundarse
cuando llueve, por lo que la evacuación del agua en una trinchera es algo
esencial. En la práctica totalidad de posiciones prospectadas se han podido
identificar desagües, y además en buen número, con profundidad y anchura
suficientes para una evacuación pluvial correcta. En todo caso, en la salida
del desagüe se disponían varias piedras que permitían la evacuación líquida pero
impedían la entrada de proyectiles raseros o metralla. Aun así, la formación de
barro cuando llovía debió ser inevitable.
Posición
Cerro Dorado IV. Trinchera republicana inundada: después de casi 80 años de
abandono, la trinchera está prácticamente intacta, pero el laboreo agrícola ha
eliminado el sistema de desagües delantero, lo que provoca que la trinchera se
inunde.
Y no
nos olvidemos del tratamiento dado a los residuos de todo tipo, aunque
arqueológicamente solo podamos reconocer una parte de ellos, algo muy útil a
los arqueólogos, y es que como suele decirse, la basura es el negativo de una
sociedad. En este caso, latas de conserva metálicas y fragmentos de botellas,
principalmente de vinos y licores, son uno de los fósiles directores a la hora
de prospectar los paisajes de la Guerra Civil. En muchas ocasiones los
encontramos esparcidos por toda la posición, tanto en las trincheras como en
las zonas de refugio, por lo que la acumulación de basura en el entorno debió
ser considerable durante meses de guerra.
Lata
de conserva
En
suma, la visión ideal de soldados disparando perfectamente uniformados debe
dejar paso a una imagen mucho más cruda y natural, como es la de un grupo
humano con necesidades básicas que intenta paliarlas con los recursos mínimos
de que dispone en su entorno, bajo condiciones de frío y calor extremos, con
mucho barro y basura de por medio, y en
un contexto de guerra, una imagen no muy lejana de la de cualquier poblado de
extrarradio, donde el objetivo primordial es resistir. Lo demás es secundario.
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