La división blindada Von Kleist
encabezó en la primavera de 1940 el ataque nazi hacia Bélgica por las Ardenas.
Los soldados que conducían esta unidad motorizada, la mayor de la historia en
aquellos momentos y que contaba con 1.222 carros de combate, estuvieron bajo
los efectos de una nueva creación química llamada “Pervitina” cuyo componente
principal era la metanfetamina. Como
argumenta en su reciente estudio Norman Ohler la famosa blitzkrieg, “guerra relámpago” de los nazis, no hubiera sido
posible si las dotaciones de los soldados y conductores no hubieran llevado
consigo las reglamentarias pastillas de “Pervitina”[1].
Conducir y combatir durante días, sin dormir y apenas comer, sólo pudo llevarse
a cabo bajo estos estímulos químicos.
Pero no sólo las masacres
provocadas por los nazis estuvieron bajo los efectos del alcohol y las drogas.
Provocar la euforia ante el combate, remitir la humana sensación de miedo, o
incluso anular cualquier atisbo de reparo moral a la hora de infligir daño en
un semejante han sido combatidas a lo largo de la Historia a través del uso y
abuso controlado del alcohol y las drogas.
En la Guerra Civil Española el
alcohol fue el protagonista en ambos ejércitos, sin duda más acorde
con el nulo desarrollo de la producción de drogas sintéticas en España. Tanto
el vino como el coñac fueron utilizados como aporte calórico en las trincheras además
de como euforizante para abandonar dichas trincheras y lanzarse al ataque. Las
palabras de uno de los soldados entrevistados por nuestro equipo de prospección
lo expresaba con gran elocuencia:
“…nosotros atacábamos de noche y ellos de día. Y le daban una botella
de coñac. Y nosotros decíamos: “ya le han dado a esas dos trincheras coñac”.
¡Una coñac más fuerte que te quemaba!. Atacaban con el fusil colgao…si venían
medio borrachos y el fusil colgao…![2]
Una vivencia que en parte
entronca con ese discurso patriótico construido por los republicanos en el que,
entre otros comentarios, decían que los moros que luchaban con los
franquistas “apestan a coñac y a
infierno”[3].
Soldados republicanos posando.
Sí es verdad que el suministro de vino y coñac a las unidades combatientes en las trincheras fue muy importante. Así el profesor James Matthews dice lo siguiente:
“El cuerpo de intendencia también repartía grandes recipientes de 16
litros de coñac, que distribuían los cabos de las compañías entre la tropa.
Eran un licor lo bastante fuerte para ser usado como combustible de lámpara, de
sabor asqueroso y conocido de forma oficial como “matarratas”. Sin embargo si
se acababa el suministro no tardaba en haber protesta y los centinelas
obligados a hacer guardia en invierno lo apreciaban mucho”[4].
Esos grandes recipientes apuntarían
a las vejigas de cristal, identificados con la medida tradicional de una
arroba, de los que en las prospecciones llevadas a cabo hemos localizado
abundantes evidencias tanto en la línea de trinchera como en su retaguardia
inmediata. Entre las pocas vainas y balas detectadas abundan los gruesos trozos
de cristal verdoso que también comparten espacio con otros fragmentos de
botellas de parecido color pero con un grosor menor. De éstas incluso se ha
podido identificar su marca y por tanto procedencia. Así, los restos más comunes
han sido las de “Pedro Domeq”, bodegas localizadas en el Puerto de Santa María y en Jerez de la Frontera.
Esta famosa marca de vinos, que
al menos en superficie abundan más sus restos que las balas, parecía cerrar su
colaboración con los vencedores de la Guerra con un anuncio en el semanario Fotos expresando lo siguiente:
“En el aniversario del Glorioso Alzamiento Nacional la casa Pedro Domeq
y Cía. saluda al Caudillo y al Ejército. Como del dolor del lagar sale la
generosidad del vino, así de nuestro sacrificio ha salido esta alegría y esta
paz, en la que hoy comulga toda la Patria. Jerez, 18 de julio de 1939”[5].
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[1] Ohler, Norman. El gran delirio. Hitler, drogas y el
III Reich. Barcelona, Editorial Crítica, 2016.
[2] Entrevista a Bartolomé Cobos, que estuvo encuadrado
en la 88 Brigada Mixta del Ejército republicano.
[3] Matthews, J. Soldados a la fuerza. Reclutamiento
obligatorio durante la Guerra Civil 1936-1939. Madrid, Alianza Editorial, 2012.
(p. 130).
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